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viernes, septiembre 14, 2012

Fragmento de Novela De tu sangre cautiva



ÁRBOL

(Pág.103)

Como si fuera una anticipación a lo que acontecería entre ambos, Pedro le obsequió La tregua a Isabel. Un detalle que caló hondo en ella. Poco acostumbrada a la gentil atención de un hombre, más a dar con generosidad que a recibir, Isabel recuerda ese día en forma especial. Está empecinada en finalizar el relato, teclea sin fijarse en los punteros del reloj que marcan las tres veinticinco de la mañana de un viernes de enero, el movimiento de sus dedos refleja en la pantalla  que los detalles, esas pinceladas que provocan la belleza, en los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el cemento que une los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La flor se marchitará, las palabras quizá se las llevará el viento, pero el recuerdo de ambas permanecerá durante mucho tiempo en la mente y el corazón de quien las recibió. Es en este preciso momento que ella lleva sus manos al centro de sus senos, indaga, palpa, consulta ¿Dónde se ubica el corazón?, escribe las letras que llaman a Pedro y se detiene esta vez no para encender un cigarro ni para beber unos sorbos de agua, sino para acariciar su piel y pensar en él. En su amigo y el libro que le obsequió, roza el nacimiento de su seno izquierdo, se pregunta dónde exactamente está ubicado el motor de la vida y en qué lugar dejó su sello el libro que su amigo le regalara, atropellada escribe ¿Dejó este objeto una marca? Termina por preguntarse ¿Habrá cabida en este órgano vital para un nuevo dolor? Claro, el amor para Isabel es sinónimo de padecimiento  (no olvida los atropellos de Max, el silencio brutal, el abandono), continúa punzante, masoquista, ha sido llagada tantas veces en forma mortífera que a veces duda si es humana o un robot. Isabel cavila ante el ojo, el único ojo, inmenso y rectangular de arco color gris (extrañamente su color se parece al gato de Pedro) proyecta una nueva interrogante en la pupila blanca ¿Podrá esta pequeña masa de carne sangrante resistir los embates de nuevas desilusiones? Más aún ¿Será posible amar a Pedro?, por causa solamente de ese detalle: un libro de edición barata y tapas color verde botella. Es el único regalo que ha recibido en mucho tiempo. Es más punzante ver en el cíclope reflejado la siguiente pregunta ¿Será realmente amor? Pedro la saca del contexto, vuelve a ella, a confundirla, a desafiarla, esta vez, Isabel no camina tras él, es ella la que huye, porque sabe que está corriendo un riesgo al mirar La tregua y buscar bajo su blusa el lugar exacto del motor y la huella. Pero la huella como sentimiento permanece en el alma y  el impacto no es factible de medición, sólo el músculo puede rugir y debilitarse producto del desgaste de la máquina, señalado por el dolor y la batalla cotidiana. La clave está ahora en el libro. Se remueve en la silla nerviosa. Isabel piensa que aquel día confundida por el sueño con su amigo, quizás no  lo valoró como debía, es decir, no le tomó el peso correspondiente. Como una conquistadora tardía se da cuenta que puede amarlo por ese detalle desapercibido en el origen. Alcanza el libro, pasa sus manos por las tapas. Pedro, musita con la nostalgia bañándole las pupilas, Pedro, repite, aprieta el texto contra su pecho. La tregua lleva un tiempo largo entre tú y yo, escribe, pero la novela sigue su marcha. No se detiene en la espera concedida. Abandona su mano y la deja tocar sutilmente el computador como un piano al que quiere arrancar la melodía exacta. En este punto recuerda a La pianista de Jelinek, claro, con la diferencia que no tiene el pasatiempo de hacerse cortes y no necesita que le abran los sesos para extirpar el miedo. No tiene miedo.  El adorno de las reinas está en su cabeza y no precisamente en la entrepierna, es la razón por la que dice: Creo que no serán Los Puentes de Madison los que nos separen, querido amigo, y no precisamente por no ser tú Redford ni yo, la estrella inglesa de la película. Sucede que estoy sola, sin marido y mi mente te ve cerca de mí como el amigo entrañable. No serás el de antaño, no serás el de este presente inocuo, conversando con el jarro de café negro en mi cocina, en el comedor o entrando al escritorio, adueñándote por breves momentos de Internet. Serás mejor. Las interrogantes desaparecen al encender la lámpara del escritorio. Por algunos intervalos, un incipiente árbol ha impedido ver el horizonte y nos ha despedazado como si hubiéramos ido en un convertible sin dirección y carente de frenos como la amada mujer del  protagonista del Gran Gatsby. Tal vez, y en esta parte, Isabel suspira, estás traspasando el puente para encontrar  lo que nos fusiona y convierte en símbolos de amor. Del amor que se prodiga en libertad. En el camino no olvidaste las pinceladas, prosigue Isabel, si las hubieses obviado, su ausencia arrasaría las nubes, el cielo de los días y la noche de nuestra ciudad no sería la misma, no estaría invadida de luceros, de esa mágica luminosidad que observo ahora tras la ventana, no habrían arcas abiertas con sutil ademán, cajas como de muñecas rusas que asombran con belleza sublime. Con todo, nos damos cuenta que al considerar la pequeña matrioska, la última del desfile descendente, ella, Isabel, ha estado a punto de caer en la trampa. Si las dudas no se hubieran apoderado de nuestras cabezas, quizás la novela no hubiera seguido su curso. A las ocho quince A.M. Isabel se restriega los ojos, se levanta de la silla y exclama llegaré tarde a la oficina. Corre a la ducha.
Reflexiona en las matrioskas, la obsesión y la búsqueda la ha tenido alejada del mundo, tengo que revertir este proceso, no puede ser que viva como una loba solitaria esperando anhelante mis charlas con Pedro, indagando en su personalidad y su  forma de ser, me he convertido en su esclava. No puede ser, se dice. Tengo que salir de esta cápsula, huir del cíclope y despejar la cabeza, pensar un poco en mí, necesito distracción. Me lo merezco. Al aterrizar en su oficina tiene claridad respecto al paso siguiente, llamará a un amigo, ¿Cuál? No importa, si está disponible, ella lo estará para él, basta de excusas torpes. Esta noche, tiene que ser esta noche repite, cavila, bueno, si no es esta noche será mañana, pero que tiene que ser y pasar algo pronto, eso será. Busca su agenda y ubica el número de teléfono. Pero la cazadora que la habita no deja de creer que quizás el amigo, cualquiera sea, menos el singular Toti aporte algo para escapar de su obsesiva narración.

Comentarios

No hay necesidad de templos, no hay necesidad de filosofías complicadas. Nuestro propio cerebro, nuestro propio corazón, es nuestro templo. Mi filosofía es la bondad. Dalai Lama

seres humanos

Los seres humanos no nacen
para siempre el día en que sus
madres los alumbran,
sino que la vida los obliga
a parirse a sí mismos una y otra vez.

Gabriel García Márquez (1927-?)


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