IV
Worpswede5, cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903
He abandonado París hace unos días, por cierto bastante enfermo y cansado, para acogerme a esta gran llanura norteña, que con su amplitud, su calma y su cielo, ha de devolverme la salud. Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy, que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca, sin sosiego azotada por los vientos. Aprovecho, estimado señor, este primer momento de claridad, para saludarle.
Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sin respuesta una carta suya. No porque la hubiese olvidado. Al contrario: es una de esas cartas que nos agrada releer cuando volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella le reconocí a usted como desde muy cerca. Me refiero a su carta del 2 de mayo, que seguramente recordará. Cuando la leo, como ahora, en medio del gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la vida me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en París, donde todo suena de otro modo y acaba por perderse, desvaneciéndose entre el enorme estruendo que allí hace retemblar todas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batido por los vientos que los mares le envían, siento que a esas preguntas e inquietudes, que por sí mismas y allá en sus profundidades tienen vida propia, nadie puede contestarle. Pues aún los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en extremo sutil y casi inefable.
Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su alma, en su más íntimo saber.
Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. 6 Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.
El sexo es una dura y difícil carga, sí, pero es precisamente duro y difícil 7 cuanto nos ha sido encomendado. Casi todo lo que es serio es también arduo, y todo es serio... Con tal que usted reconozca esto y, por sí mismo, conforme a su peculiar modo de ser y a sus aptitudes, merced a su infancia, a su experiencia y a sus propias fuerzas, llegue a conseguir y a mantener con el sexo una relación del todo propia y personal, libre de la influencia que por lo común ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe temer entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno de su más preciado bien.
El goce propio del sexo es una emoción sensual como el simple mirar. O como la mera sensación que colma la lengua mientras saborea una hermosa fruta. Es una experiencia grande, infinita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el esplendor de todo saber... Y lo malo no está en vivir esta experiencia, sino en que casi todos abusen de ella y la malgasten. Empleándola como incentivo y esparcimiento en los momentos de mayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar sublimes culminaciones. También del comer, por cierto, han hecho los hombres otra cosa. Por un lado la miseria, por otro la opulencia excesiva, han empañado la nitidez de este menester. De modo parecido se enturbiaron también los profundos y sencillos menesteres. en virtud de los cuales la vida se renueva. Pero cada individuo, para sí mismo, puede tratar de devolverles su pureza, viviéndolos con límpida sencillez. Si esto no está al alcance de cualquier individuo -porque cada cual depende demasiado de otros-, sí está al alcance del hombre solitario. Puede éste recordar que tanto en las plantas como en los animales, toda belleza es una callada y persistente forma de amor y anhelo. Puede también ver a los animales como ve a las plantas: uniéndose, multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún sufrimiento físico, sino doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y el dolor, más poderosas que toda voluntad y que toda resistencia. ¡Oh, si el hombre pudiese acoger con ánimo más humilde y llevar con mayor seriedad este misterio, del que está llena la tierra hasta en sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán terrible y agobiante es su peso, en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se inclinara con profunda veneración ante su propia fecundidad, que es una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material! Pues también el crear del espíritu arranca del mundo físico. Es de su misma esencia y como una reproducción más sutil, más arrobadora y más perenne del goce carnal.
"La idea de ser creador, de engendrar, de dar forma y vida" nada es sin su amplia, perpetua confirmación y realización en el universo. Nada sin el ascenso que, de mil modos repetido, emana de los animales y de las cosas. Y si su disfrute resulta indeciblemente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos heredados de los engendramientos y partos de millones de seres que nos precedieron... En un pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan de nobleza y celsitud. Y los que en las noches se juntan, entrelazados y voluptuosamente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy seria, y atesoran dulzuras, hondura y fuerza para el himno de algún poeta venidero, que un día se alzará para cantar inefables delicias. Así llaman al porvenir. Y aun cuando yerren, aun cuando sean ciegos sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbito del acaso que ahí parece haberse consumado, despierta la ley en virtud de la cual un germen de vida vigoroso y resistente irrumpe con ímpetu, haciéndose paso hacia el óvulo que, abierto, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En las profundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan falsa y torpemente ese misterio -son muchísimos-, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo retransmiten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco debe desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni ante la complejidad de las cosas. Quizás haya por encima de todo una gran maternidad como anhelo común... La hermosura de una virgen, es decir, de un ser que -como usted lo define con tan bellas palabras- "no ha dado aún nada de sí", es maternidad que se presiente a sí misma, y se prepara temerosa y anhelante: Y la belleza de la madre es maternidad empeñada en su servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.
Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido impuesto.
Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible para muchos, lo puede aprestar ya desde ahora el hombre solitario, edificándolo con sus manos que yerran menos. Por eso, estimado señor, ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa, profiriendo su queja con acentos armoniosos. Si, como dice, siente que están lejos de usted los seres más allegados, es señal de que ya comienza a ensancharse el ámbito en derredor suyo. Y si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida ha crecido mucho y alcanza ya las estrellas. Alégrese de su propio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede llevarse consigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permaneciendo seguro y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus dudas ni asombrarles con su firme confianza en sí mismo, o con su alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de conseguir algún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que sea sencillo, modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse, aunque usted siga transformándose más y más cada día. Ame la vida que en ellos se manifiesta en forma extraña a la suya propia. Y sea indulgente con aquellos que van envejeciendo, y temen la soledad en que usted tanto confía. Evite enconar con nuevos motivos el drama siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóvenes consume muchas fuerzas, y en los ancianos corroe ese cariño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda... No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga fe en un amor que le queda reservado como una herencia, y abrigue la certeza de que hay en este amor una fuerza y también una bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegar muy lejos. *
Está bien que, por de pronto, desemboque en una carrera que le vuelva independiente y le confiera completa autonomía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta poder averiguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por las formas propias de esta profesión. 8 Yo la tengo por muy difícil y llena de exigencias, porque está gravada de muchos y grandes convencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun en medio de circunstancias extrañas a su modo de ser, le servirá de sostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted descubrir todos sus caminos.
Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y mi confianza está con usted.
Su
Rainer María Rilke
Worpswede5, cerca de Bremen, a 16 de julio de 1903
He abandonado París hace unos días, por cierto bastante enfermo y cansado, para acogerme a esta gran llanura norteña, que con su amplitud, su calma y su cielo, ha de devolverme la salud. Pero aquí he venido a caer bajo una lluvia persistente hasta hoy, que es cuando empieza a escampar un poco sobre esta comarca, sin sosiego azotada por los vientos. Aprovecho, estimado señor, este primer momento de claridad, para saludarle.
Mi querido señor Kappus: he dejado mucho tiempo sin respuesta una carta suya. No porque la hubiese olvidado. Al contrario: es una de esas cartas que nos agrada releer cuando volvemos a encontrarlas entre otras, y en ella le reconocí a usted como desde muy cerca. Me refiero a su carta del 2 de mayo, que seguramente recordará. Cuando la leo, como ahora, en medio del gran silencio de estas lejanías, su bella inquietud por la vida me causa una emoción aun más intensa que la que sentí ya en París, donde todo suena de otro modo y acaba por perderse, desvaneciéndose entre el enorme estruendo que allí hace retemblar todas las cosas. Aquí, rodeado de un imponente paisaje batido por los vientos que los mares le envían, siento que a esas preguntas e inquietudes, que por sí mismas y allá en sus profundidades tienen vida propia, nadie puede contestarle. Pues aún los mejores yerran con sus palabras, cuando éstas han de expresar algo en extremo sutil y casi inefable.
Creo, sin embargo, que usted no ha de quedar sin solución si sabe atenerse a unas cosas que se parezcan a éstas en que ahora se recrean mis ojos. Si se atiene a la naturaleza, a lo que hay de sencillo en ella; a lo pequeño que apenas se ve y que tan improvisadamente puede llegar a ser grande, inmenso; si siente este cariño hacia las cosas ínfimas y, con toda sencillez, como quien presta un servicio, trata de ganar la confianza de lo que parece pobre, entonces todo se tornará más fácil, más armonioso, de algún modo más avenible. Tal vez no en el ámbito de la razón, que, asombrada, se queda atrás, pero sí en lo más hondo de su conocimiento, en el constante velar de su alma, en su más íntimo saber.
Por ser usted tan joven, estimado señor, y por hallarse tan lejos aún de todo comienzo, yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto. Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma muy extraño. No busque de momento las respuestas que necesita. No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún -y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas. 6 Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también. Quizás lleve usted en sí la facultad de crear y de plasmar, que es un modo de vivir privilegiadamente feliz y puro. Edúquese a sí mismo para esto, pero acoja cuanto venga luego, con suma confianza. Y siempre que ello proceda de su propia voluntad o de algún hondo menester, écheselo a cuestas sin renegar de nada.
El sexo es una dura y difícil carga, sí, pero es precisamente duro y difícil 7 cuanto nos ha sido encomendado. Casi todo lo que es serio es también arduo, y todo es serio... Con tal que usted reconozca esto y, por sí mismo, conforme a su peculiar modo de ser y a sus aptitudes, merced a su infancia, a su experiencia y a sus propias fuerzas, llegue a conseguir y a mantener con el sexo una relación del todo propia y personal, libre de la influencia que por lo común ejercen convencionalismos y costumbres, ya no debe temer entonces ni el perderse a sí mismo, ni el hacerse indigno de su más preciado bien.
El goce propio del sexo es una emoción sensual como el simple mirar. O como la mera sensación que colma la lengua mientras saborea una hermosa fruta. Es una experiencia grande, infinita, que nos es regalada. Un conocer del mundo, la plenitud y el esplendor de todo saber... Y lo malo no está en vivir esta experiencia, sino en que casi todos abusen de ella y la malgasten. Empleándola como incentivo y esparcimiento en los momentos de mayor lasitud, en vez de vivirla con recogimiento para alcanzar sublimes culminaciones. También del comer, por cierto, han hecho los hombres otra cosa. Por un lado la miseria, por otro la opulencia excesiva, han empañado la nitidez de este menester. De modo parecido se enturbiaron también los profundos y sencillos menesteres. en virtud de los cuales la vida se renueva. Pero cada individuo, para sí mismo, puede tratar de devolverles su pureza, viviéndolos con límpida sencillez. Si esto no está al alcance de cualquier individuo -porque cada cual depende demasiado de otros-, sí está al alcance del hombre solitario. Puede éste recordar que tanto en las plantas como en los animales, toda belleza es una callada y persistente forma de amor y anhelo. Puede también ver a los animales como ve a las plantas: uniéndose, multiplicándose y creciendo, no por ningún placer ni por ningún sufrimiento físico, sino doblegándose ante necesidades más grandes que el goce y el dolor, más poderosas que toda voluntad y que toda resistencia. ¡Oh, si el hombre pudiese acoger con ánimo más humilde y llevar con mayor seriedad este misterio, del que está llena la tierra hasta en sus cosas más pequeñas! ¡Y lo soportara, sintiendo cuán terrible y agobiante es su peso, en vez de tomarlo a la ligera! ¡Y se inclinara con profunda veneración ante su propia fecundidad, que es una sola! ¡Tanto si parece espiritual como si parece material! Pues también el crear del espíritu arranca del mundo físico. Es de su misma esencia y como una reproducción más sutil, más arrobadora y más perenne del goce carnal.
"La idea de ser creador, de engendrar, de dar forma y vida" nada es sin su amplia, perpetua confirmación y realización en el universo. Nada sin el ascenso que, de mil modos repetido, emana de los animales y de las cosas. Y si su disfrute resulta indeciblemente bello y rico, es sólo porque está pleno de recuerdos heredados de los engendramientos y partos de millones de seres que nos precedieron... En un pensamiento creador reviven miles y miles de noches de amor olvidadas, que lo llenan de nobleza y celsitud. Y los que en las noches se juntan, entrelazados y voluptuosamente mecidos en su amor, llevan a cabo una empresa muy seria, y atesoran dulzuras, hondura y fuerza para el himno de algún poeta venidero, que un día se alzará para cantar inefables delicias. Así llaman al porvenir. Y aun cuando yerren, aun cuando sean ciegos sus abrazos, el porvenir llega. Surge un nuevo ser, y en el ámbito del acaso que ahí parece haberse consumado, despierta la ley en virtud de la cual un germen de vida vigoroso y resistente irrumpe con ímpetu, haciéndose paso hacia el óvulo que, abierto, sale a su encuentro. No se deje engañar por lo que aparezca en la superficie. En las profundidades es donde todo se vuelve ley. Y aquellos que vivan falsa y torpemente ese misterio -son muchísimos-, sólo para sí mismos lo pierden. Pues, con todo, lo retransmiten como un mensaje cerrado, sin llegar a conocerlo. Tampoco debe desconcertarse ante la multiplicidad de los nombres, ni ante la complejidad de las cosas. Quizás haya por encima de todo una gran maternidad como anhelo común... La hermosura de una virgen, es decir, de un ser que -como usted lo define con tan bellas palabras- "no ha dado aún nada de sí", es maternidad que se presiente a sí misma, y se prepara temerosa y anhelante: Y la belleza de la madre es maternidad empeñada en su servidumbre: Y en la mujer anciana perdura una gran remembranza.
Yo creo que también en el hombre hay maternidad. Tanto en su espíritu como en su cuerpo. Pues su modo de engendrar es así mismo una especie de parto. También es parto cuando crea al impulso de una íntima plenitud. Acaso haya entre los sexos mayor grado de parentesco y afinidad que el que se supone comúnmente. Y la gran Renovación del mundo consistirá quizás en que el hombre y la mujer, una vez libres de todo falso sentir y de todo hastío, ya no se buscarán mutuamente como seres opuestos y contrarios, sino como hermanos y allegados. Uniéndose como humanos, para sobrellevar juntos, con seriedad, sencillez y paciencia, el arduo sexo que les ha sido impuesto.
Pero todo cuanto tal vez algún día llegue a ser asequible para muchos, lo puede aprestar ya desde ahora el hombre solitario, edificándolo con sus manos que yerran menos. Por eso, estimado señor, ame su soledad y soporte el sufrimiento que le causa, profiriendo su queja con acentos armoniosos. Si, como dice, siente que están lejos de usted los seres más allegados, es señal de que ya comienza a ensancharse el ámbito en derredor suyo. Y si lo cercano se halla tan lejos, es que la amplitud de su vida ha crecido mucho y alcanza ya las estrellas. Alégrese de su propio crecimiento, en el cual, por cierto, a nadie puede llevarse consigo. Y sea bueno con cuantos se queden rezagados, permaneciendo seguro y tranquilo ante ellos, sin atormentarlos con sus dudas ni asombrarles con su firme confianza en sí mismo, o con su alegría, que ellos no sabrían comprender. Trate de conseguir algún modo de convivencia con ellos. Un algo común, que sea sencillo, modesto, sincero, que no tenga necesidad de alterarse, aunque usted siga transformándose más y más cada día. Ame la vida que en ellos se manifiesta en forma extraña a la suya propia. Y sea indulgente con aquellos que van envejeciendo, y temen la soledad en que usted tanto confía. Evite enconar con nuevos motivos el drama siempre tenso entre padres e hijos, que en los jóvenes consume muchas fuerzas, y en los ancianos corroe ese cariño que siempre obra y da su calor, aun cuando no comprenda... No les pida consejo, ni cuente con su comprensión. Pero tenga fe en un amor que le queda reservado como una herencia, y abrigue la certeza de que hay en este amor una fuerza y también una bendición, de cuyo ámbito no necesita usted salirse para llegar muy lejos. *
Está bien que, por de pronto, desemboque en una carrera que le vuelva independiente y le confiera completa autonomía en todos los sentidos. Aguarde con paciencia hasta poder averiguar si su vida íntima se siente limitada y cohibida por las formas propias de esta profesión. 8 Yo la tengo por muy difícil y llena de exigencias, porque está gravada de muchos y grandes convencionalismos. Y porque en ella hay apenas cabida para una concepción personal de sus cometidos. Pero su soledad, aun en medio de circunstancias extrañas a su modo de ser, le servirá de sostén y de hogar. Y desde ahí podrá usted descubrir todos sus caminos.
Mis mejores votos se hallan prontos a acompañarle, y mi confianza está con usted.
Su
Rainer María Rilke
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