CONJUGACIÓN
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Enciendo
la lámpara de escritorio. Escucho el llanto de la noche, el gimotear rítmico
del aire tras los cristales, el viento como una navaja acerada rasgando la
estratosfera resuena en la madrugada. Esta noche llueve intensamente sobre
Lorenzo Arenas. No hay granizo. Viento, bastante viento y el agua impregna sin
ningún pudor los techos y las calzadas de Concepción. Hoy, que ha empezado el
verano es el azar el que toma las riendas de esta noche y enlaza pensamientos a Pedro. Encuentro que es
una persona bastante singular. Sufre. Escribe. Vive en las nubes. Muchas veces
no tiene dinero ni para comer. Entonces ustedes preguntarán ¿Qué puedo
admirarle? Yo responderé en tal caso: su perseverancia, la repulsión total a lo
material. La capacidad de crear y el
desenfado que le permiten el intelecto y el espíritu con que fue dotado.
Como una película añeja: amor por las letras: talento y hambre. Vaya conexión.
Es el vínculo de los artistas, los creadores. Y no hablo de El perro andaluz de Buñuel. Esto es
menos surrealista. El siglo veintiuno ha traído nuevos atropellos para los
artistas y es a veces más estremecedor que observar en un film seccionar el ojo
de una mujer con una navaja barbera o mirar como salen hormigas de un agujero
putrefacto de la mano de un hombre. Nada
se convierte en erizo de mar. Es falta de valoración y exacerbado materialismo. El mundo interior es
el que se ve obstaculizado en el monótono acontecer cultural de la nación. No
sé si me explico, hay muchas miradas al interior que son frustradas por el
mercado: ojos de poetas, pies de bailarines, visión de cineastas y narradores.
En este punto, Isabel se percata que se ha desviado del camino y retorna a
Pedro para reflejar sin cejar su inquisición obsesiva. Tras una pausa reanuda
su relato: hace tres días que no como.
Isabel lo mira y calienta un tazón de sopa, tuesta unas rebanadas de
molde y las unta con mantequilla. Prepara un café bien cargado y saca de la
alacena un paquete de galletas. Tritón. A él le gustan. Ella lo sabe. De pie al
lado del ventanal del living fuma distraída,
el humo del cigarrillo se desvanece como babosa fragmentada hacia el
blanco techo que la circunda. Observa con precaria atención a Pedro engullir
los alimentos. Habla al tiempo que apaga el cigarro ¿Qué escribes? Él con la
boca llena consulta ¿Cómo va tu narrativa? Esta escena es otra que se repite
con frecuencia.
Isabel
es ingeniera y novelista. Conjugación atípica. Inexplicable para los afilados
colmillos de los literatos. Si, novelista. Una principianta comparada con
Pedro, me parece escuchar el corrosivo comentario en la república de las
letras. Se cree novelista. Pues como
tal, la invitaron a Rancagua a un encuentro literario. Desde que arribó al Gran Hotel, donde alojarían varios
escritores, escuchó hablar del Toti, el Toti es el presidente del grupo de
Talca, el Toti ganó la beca de creación, el Toti repartió libros en Santiago
luego del recital en Simpson, al Toti, lo quiero mucho. Con tanto Toti por aquí
y por allá me dije debe ser muy interesante conocerlo, ¡Qué gran tipo que es!,
al decir de varios de los congregados. Era noche de viernes, los
convocados estábamos en la cena en el
restaurant La Pancha, financiada por la municipalidad, claro, y los comentarios
sobre el Toti arreciaban. El no llegaba. Una dijo, llegará mañana temprano para
estar con nosotros en la primera charla. Esa noche me acosté pensando al fin
conoceré al famoso Toti. ¿Quién diablos será ese tipo? En mis años de
literatura era la primera vez que lo escuchaba nombrar. A las nueve treinta
estábamos todos en mitad del desayuno y un remolino de hombres y mujeres se
amontonó en la entrada del comedor. Es el Toti, murmuró uno, yo estiré el
cuello para mirar al menos a lo lejos un
ápice del famoso Toti, que a estas alturas me resultaba imprescindible
conocer, pero en ese momento el grupo se
dispersó y atónita, no encuentro otra
palabra, excúsenme, observé la alta y delgada figura de mi ex compañero
escolar. Pedro, de blue jeans y casaca de cuero negra, melena rozando el borde de la camisa que
alguna vez fue azul y barba descuidada, se movía a paso lento con su mochila a
cuestas hacia una mesa donde tres mujeres le sonrían como si fuera Michael
Douglas. Digo yo, Douglas es el único varón famoso que me resulta interesante,
por no decir que es el único hombre que considero atractivo. No sólo por su
película Atracción fatal y su desparpajo sexual. En Pedro me llamaron
la atención su paso cansino y rictus amargo. Isabel escribe: todos hemos sufrido
el embate del tiempo, la vida laboral de Pedro no ha sido precisamente estable,
tampoco su vida sentimental puede hablar de éxitos. Ni hablar de sus procesos
creativos, lo dejan francamente hecho polvo, según sus propias palabras.
Supongo que no me reconoció. Y no me reconoció hasta que alguien, no recuerdo
quien, me presentó. Isabel, él es Toti. Toti: ella es Isabel, es de Concepción
igual que tú. Un brillo ardió en sus ojos. Ese fue el reencuentro. La lluvia
arrecia y el sueño cierra mis párpados. Debo dormir: subsistencia obliga. Apaga
el computador envía a la cama al inspector acucioso con el mensaje se cierra la sesión, y se dirige al
dormitorio, arroja la ropa en un sillón del living y piensa: mañana no sé que
traerán a este recinto de encuentro los recuerdos y la añoranza. Se mira al
espejo, la figura desnuda de una mujer que masajea un cuello adolorido esboza
unas buenas noches adormilada y perezosa
mientras la navaja hostil de un viento que no cesa golpea los vidrios. En la
calzada el aguacero persiste prepotente y agresivo como la furia de Dios o el
odio al decir de Vallejo.
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