El arte es el punto culminante del sistema filosófico de Schelling de éste su primer período. Para él, el arte es la manifestación más elevada y acabada de lo absoluto. Nuestro autor también compara y asemeja el producto estético con el natural porque dice que en ambos late una fuerza creadora que produce inconscientemente. El arte es naturaleza porque imita lo esencial de la misma, que es su principio activo capaz de engendrar vida. Y a su vez la naturaleza también es arte; Schelling la llama “la poesía originaria, aún no consciente del espíritu”[1]
Habíamos afirmado que el absoluto es la identidad de sujeto y objeto, del yo y el no-yo, por lo tanto debe de haber en la realidad un fenómeno semejante, que una en el hombre o yo empírico conciencia e inconsciencia, necesidad y libertad, y esta es la actividad estética. Esta actividad estética realiza la unidad que en la realidad empírica existe por separado: “la actividad inconsciente que ha creado la naturaleza y la conciencia que se manifiesta en el querer libre”[2]. Esta realización de la unidad no es más que una vuelta al origen, a la unidad perdida, que es el absoluto. La actividad estética es el momento culminante, más pleno de la existencia humana, gracias a ella el universo, en cada una de sus obras, se reconcilia consigo mismo.[3] Esta unificación sólo la logra el artista, el genio:
... el artista anula la oposición entre sujeto y objeto, entre forma y materia, porque su tarea consiste en proyectar una idea sobre el material del que parte e ir modelándolo hasta impregnarlo de tal manera de su propia subjetividad que ese objeto que está frente a él deja de ser una cosa para adquirir intención y finalidad, características propias del sujeto.[4]
El genio, mediante su imaginación, es el único que puede armonizar a ambos aspectos; oscila entre los opuestos para conciliarlos. Consigue hacer esto mediante una operación en la que objetiva el espíritu y subjetiviza la naturaleza. “Sólo en el arte puede aparecer el genio, capaz de resolver por la intuición una contradicción que de otra forma hubiera sido irresoluble, incluso en contra de la voluntad del hombre en quien se presenta la genialidad.”[5]
Schelling nos dice que entre la actitud artística y la filosófica yace un suelo común, que es la imaginación, que tanto el arte como la filosofía empiezan su actividad a partir de una tensión interior o angustia, que es provocada por el sentimiento de vivir en un mundo finito, y por tanto, insuficiente para satisfacer las ansias de infinitud y libertad, y el cual no se puede comprender sin una causa superior que le otorgue sentido. Tanto el artista como el filósofo se alejan de la rutina, de lo común, para acceder a una etapa superior, y así poder explicarse el mundo real; por lo tanto, ambos terminan con una metamorfosis del mundo que los rodea. La filosofía lo realiza en el ámbito subjetivo, a diferencia del arte que se plasma a un nivel objetivo. “Si la filosofía es poesía interior, es decir, actividad creadora en el pensar y no pura contemplación, el arte es construcción de la verdad que se revela en la obra.”[6] Pero a la vez se complementan, porque la filosofía se objetiva a través del arte: “las ideas de la filosofía se hacen objetivas mediante el arte como almas de cosas reales. De ahí que el arte también se comporte en el mundo ideal como el organismo en el mundo real.”[7] “La Filosofía del Arte es meta necesaria del filósofo que contempla en éste la esencia interna de su ciencia como un espejo mágico y simbólico.”[8]
Este atributo de verdad que le otorga a la obra de arte se debe a que Schelling, como ya se mencionó, identifica verdad y belleza. Dice que según la idea, la verdad es igual que la belleza en tanto que es identidad de lo subjetivo con lo objetivo, pero intuida subjetivamente o como modelo, y la belleza es intuida objetivamente o como imagen reflejada del absoluto.
Verdad y belleza, igual que bien y belleza, nunca se comportan como fin y medio; más bien son lo mismo y sólo un espíritu armónico (armonía = ética verdadera) siente de veras la poesía y el arte. La poesía y el arte en realidad nunca pueden ser enseñados.[9]
Nuestro autor nos explica que la perfección de una obra de arte aumenta de acuerdo a la identidad que se logra expresar entre necesidad y libertad. Estas dos se comportan como lo inconsciente y lo consciente, y por eso el arte se basa en la unión e identificación de ambas actividades.
En la actividad artística se conjugan dos fuerzas que habían sido separadas. Cuando el artista crea, al principio lo hace libremente, con una finalidad que se había propuesto, pero conforme va avanzando, van apareciendo en la obra elementos en los que no había pensado, y pareciera que la obra se hace a sí misma, como si obtuviera entidad propia; es decir, se observa en la obra la presencia de una actividad inconsciente “que le otorga una infinidad de intenciones y permite interpretarla indefinidamente sin que su contenido se agote.”[10]
Schelling nos dice que la fuerza creadora es la base de toda actividad humana, es decir, cualquiera puede ser un artista, todos los individuos son potencialmente artistas; el arte está presente en todos nosotros como facultad de la imaginación, pero que debe educarse y desarrollarse mediante del ejercicio.
Schelling afirma que el acto artístico es la actividad originaria del espíritu, porque el espiritu, al situarse en su entorno, proyecta esquemas de actuación y va perfilando el mundo real [ya Fichte había indicado que la imaginación es una función básica del yo o espíritu]. Schelling comprendió que esta capacidad de esquematizar del espíritu, y que guía toda la acción humana, es de naturaleza plástica.[11] El acto estético es, además, el más elevado al que puede aspirar el espíritu, porque se encuentra hasta el final del proceso de autoconciencia del espíritu, sintetizando todos los momentos anteriores. De ahí su frase: “La filosofía del arte es el verdadero organón de la filosofía.”[12]
Schelling reconoce dos aspectos de la actividad creadora: el primero es el lado mecánico, es decir, el oficio, la técnica, que se adquiere mediante el aprendizaje y se perfecciona con la práctica. Schelling lo denomina arte. El segundo aspecto es el innato y genial, que logra entrar en el absoluto. A éste lo llama poesía.
Y, como ya habíamos dicho, el único que puede unir y conciliar estos dos aspectos es el genio. Se podría definir a la genialidad como “la capacidad de suplantar el mundo real por uno imaginado en el que se hallan resueltos los conflictos, en otros términos, la utopía llevada al campo del arte.”[13]
Entonces, cuando el genio realiza esta unión, cuando armoniza lo consciente y lo inconsciente, da lugar a un sentimiento de satisfacción, logrando así la paz interior y recuperando su auténtica identidad. “[El artista] se trata de un ser excepcional a través del cual se expresa la voz de la divinidad y se revela el mundo arquetípico.”[14] Toda verdadera obra posee una serenidad y una armonía infinitas atribuidas por el genio, y gracias a eso también se provoca la emoción estética del espectador.
En el libro del Sistema del Idealismo Trascendental, Schelling fue capaz de entender que:
Toda obra verdaderamente artística encierra una grandeza y una universalidad que supera en mucho la limitada comprensión que de ella puede poseer su autor y hace sospechar que es el producto de una compleja operación en la que intervienen factores no conscientes, es decir, no dominables por el artista, pero que pertenecen al Yo.[15]
A la actividad artística, que la comparte tanto el hombre como la naturaleza, Schelling la considera divina, dándonos la idea de un panteísmo. El arte es el medio de la expresión de la divinidad. Además, “el universo está en Dios como obra de arte absoluta y en eterna belleza... el universo, tal como es en Dios [absoluto], se comporta también como obra de arte absoluta en que se compenetran intención infinita con necesidad infinita.”[16] En el arte se da la revelación de lo absoluto, es el milagro que debería de convencernos de su existencia. “Se encubre aquí una visión religiosa del mundo, una religión estética, cuyos sacerdotes serían justamente los artistas.”[17] Mediante el arte se representa objetivamente la creación divina, es decir, es la representación de las cosas como son en sí o como son en lo absoluto. Por lo tanto, se sigue que la causa inmediata de todo arte es el absoluto, porque gracias a su identidad absoluta es la fuente de la unificación de lo real y de lo ideal que comprende todo arte. “El arte está presentado como representación real de las formas de las cosas como son en sí, esto es, de las formas de los arquetipos.”[18]
Mediante estas ideas Schelling propone la creación de una nueva mitología para tener acceso al pueblo, es decir, las ideas que se tengan [sobre todo las filosóficas] se pueden explicar como ideas estéticas, o sea, ideas mitológicas, porque en el mito lo absoluto se sensibiliza e individualiza volviéndose más accesible. Esto es, porque Schelling afirma que el arte y la filosofía [como se dijo al principio de esta materia] persiguen el mismo fin aunque de manera diferente. “De ahí nace la esperanza de Schelling de que la filosofía vuelva a ese océano del que surgieron todas las ciencias y que es la poesía.”[19]
Schelling nos dice que se puede considerar una obra verdaderamente obra de arte cuando expresa lo absoluto, dándole así la nota de belleza. El elemento infinito es lo que aporta la belleza.
Finalmente, Schelling afirma que el arte es la clave última acerca del proceso absoluto del universo, porque en la obra de arte se resuelve tanto la dinámica del espíritu como la de la naturaleza.
Concluyo con un párrafo que nadie podría decirlo mejor sino el mismo Schelling:
Yo hablo de un arte más sagrado, que según expresión de los antiguos, es una herramienta de los dioses, un pregonero de los secretos divinos, un descubridor de las ideas, de la belleza no nacida, cuyo rayo no profanado alumbra íntimamente sólo a las almas puras y cuya figura está tan escondida y es tan inaccesible para el ojo humano como la de la misma verdad.[20]
[1] Schelling, Friedrich, Sistema del Idealismo Trascendental, p. 83.
[2] Colomer, Eusebi, El pensamiento Alemán de Kant a Heidegger, Herder, Barcelona, 1995, Pág. 106.
[3] López Domínguez, Virginia, Schelling, Biblioteca Filosófica, Ediciones del Orto, Madrid, 1995, p. 35.
[4] Ibidem, p. 36.
[5] Schelling, Friedrich, Sistema..., p. 88.
[6] Ibidem, p. 86.
[7] Schelling, Friedrich, Filosofía del Arte, Tecnos, Madrid, 1999, p. 39.
[8] Schelling, Friedrich, Lecciones sobre el Método de los estudios Académicos, Editora Nacional, Madrid, 1984, p. 189
[9] Ibidem, p. 41
[10] Schelling, Friedrich, Sistema..., p. 87.
[11] Idem
[12] Ibidem, p. 351.
[13] Ibidem, p. 89.
[14] López Domínguez, Virginia, op. cit, p. 37
[15] Schelling, Friedrich, Sistema..., p. 89
[16] Schelling, Friedrich, Filosofía del Arte, p. 41
[17] López Domínguez, Virginia, op. cit, p. 38
[18] Schelling, Friedrich, Filosofía del Arte, p. 43.
[19]López Domínguez, Virginia, op. cit., p. 37
[20] Schelling, Friedrich, Lecciones sobre el Método..., p. 184