Abrí la tapa color rojo y tomé un largo sorbo de Evian. Claramente el “dieciocho” me resultaba insoportable. Todo ese barullo de “cuecas”, vino, empanadas y vestidos floreados, me dejan chato, pensé mientras bebía otro sorbo de agua mineral. Son las 3:17 de la tarde del domingo, un día más de este largo festejo. Único en la historia de mi país. Dije “mi país”, sí, no “este país”, que tiene un tonito despreciativo que deja, cuando lo escucho, un sabor amargo, “como natre” diría mi abuelo, si estuviera vivo. Me puse los calcetines gruesos, los grises. Me tendí en la cama. Escuchaba los gritos que venían de la vereda y el motor de uno que otro vehículo que transitaba por la calzada, vestido de “dieciocho”. Tomé otro sorbo de agua. Me quedé arrollado como gato. Tenía frío. Unos rayos de sol herían mi rostro. Me cubrí con uno de mis brazos. Los gritos, el sol, el frío. La insoportable celebración patria. Una bola de nieve se incrustó en mis tobillos. Era redonda, perfecta, una verdadera espuma blanca. Recordé a Julia. Esa tez pálida, el pelo largo y liso, la cabeza hermosa que coronaba un cuerpo menudo, atractivo. La bola creció y mis piernas quedaron paralizadas por esa masa voluminosa. Se extendía por mi espalda y sentí como el frío calaba mis vértebras, la bola de nieve repentinamente se había deslizado por mi tronco y agobiaba impasible mi garganta. Me encontraba atrapado por la esfera y mi cuello y cuerpo estaban congelados. Pataleé, hice algo de presión con mis hombros en la piel interna de la cápsula helada. Inútil. Hice un nuevo intento para salir de esa esfera hambrienta. No pude. Julia apareció ante mis ojos, su mirada era un lago azul que me hechizaba. La extraño, pensé y miré la botella de Evian. Sí, tenía sed y estaba escarchado. La angustia se adueñó de mí. Luego de un rato, concluí estas son mis fiestas patrias. Estaba resignado a mi suerte. El teléfono me observaba. Julia se metió por mi cabeza y besó mi lengua, la cavidad rojiza, caliente de mi boca, sentí el recorrido de sus muslos por mis hombros, sus manos recorrían mis vísceras, apretaban mis riñones, sus dedos corrían por mi columna. Me estremecí. Abrí los ojos. Mi cuerpo continuaba atrapado por esa masa mórbida blanca. Una calidez me invadía. Julia hizo presión en mi entrepierna fue entonces que estallé en aullidos, en carcajadas incontrolables. De mi cuerpo fluía sangre y agua, volaban vísceras fragmentadas por los aires. Todo aquello diluía la bola de nieve. La masa mórbida. El hielo. Julia salió de uno de mis costados. Yo estaba conmocionado por el clímax. Ahora, ella decía adiós desde la puerta. Volveré exclamó, dio media vuelta desapareciendo. Escuché nuevos gritos debajo del balcón. Sonreí.
domingo, noviembre 02, 2008
FIESTAS PATRIAS
Abrí la tapa color rojo y tomé un largo sorbo de Evian. Claramente el “dieciocho” me resultaba insoportable. Todo ese barullo de “cuecas”, vino, empanadas y vestidos floreados, me dejan chato, pensé mientras bebía otro sorbo de agua mineral. Son las 3:17 de la tarde del domingo, un día más de este largo festejo. Único en la historia de mi país. Dije “mi país”, sí, no “este país”, que tiene un tonito despreciativo que deja, cuando lo escucho, un sabor amargo, “como natre” diría mi abuelo, si estuviera vivo. Me puse los calcetines gruesos, los grises. Me tendí en la cama. Escuchaba los gritos que venían de la vereda y el motor de uno que otro vehículo que transitaba por la calzada, vestido de “dieciocho”. Tomé otro sorbo de agua. Me quedé arrollado como gato. Tenía frío. Unos rayos de sol herían mi rostro. Me cubrí con uno de mis brazos. Los gritos, el sol, el frío. La insoportable celebración patria. Una bola de nieve se incrustó en mis tobillos. Era redonda, perfecta, una verdadera espuma blanca. Recordé a Julia. Esa tez pálida, el pelo largo y liso, la cabeza hermosa que coronaba un cuerpo menudo, atractivo. La bola creció y mis piernas quedaron paralizadas por esa masa voluminosa. Se extendía por mi espalda y sentí como el frío calaba mis vértebras, la bola de nieve repentinamente se había deslizado por mi tronco y agobiaba impasible mi garganta. Me encontraba atrapado por la esfera y mi cuello y cuerpo estaban congelados. Pataleé, hice algo de presión con mis hombros en la piel interna de la cápsula helada. Inútil. Hice un nuevo intento para salir de esa esfera hambrienta. No pude. Julia apareció ante mis ojos, su mirada era un lago azul que me hechizaba. La extraño, pensé y miré la botella de Evian. Sí, tenía sed y estaba escarchado. La angustia se adueñó de mí. Luego de un rato, concluí estas son mis fiestas patrias. Estaba resignado a mi suerte. El teléfono me observaba. Julia se metió por mi cabeza y besó mi lengua, la cavidad rojiza, caliente de mi boca, sentí el recorrido de sus muslos por mis hombros, sus manos recorrían mis vísceras, apretaban mis riñones, sus dedos corrían por mi columna. Me estremecí. Abrí los ojos. Mi cuerpo continuaba atrapado por esa masa mórbida blanca. Una calidez me invadía. Julia hizo presión en mi entrepierna fue entonces que estallé en aullidos, en carcajadas incontrolables. De mi cuerpo fluía sangre y agua, volaban vísceras fragmentadas por los aires. Todo aquello diluía la bola de nieve. La masa mórbida. El hielo. Julia salió de uno de mis costados. Yo estaba conmocionado por el clímax. Ahora, ella decía adiós desde la puerta. Volveré exclamó, dio media vuelta desapareciendo. Escuché nuevos gritos debajo del balcón. Sonreí.
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No hay necesidad de templos, no hay necesidad de filosofías complicadas. Nuestro propio cerebro, nuestro propio corazón, es nuestro templo. Mi filosofía es la bondad. Dalai Lama
seres humanos
Los seres humanos no nacen
para siempre el día en que sus
madres los alumbran,
sino que la vida los obliga
a parirse a sí mismos una y otra vez.
Gabriel García Márquez (1927-?)
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sino que la vida los obliga
a parirse a sí mismos una y otra vez.
Gabriel García Márquez (1927-?)
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