PÁJAROS SOLITARIOS
(Pág.99)
Nunca como hoy había andado Isabel por páginas borrosas
semejantes a un nido de pánico. En las pesadas sombras que la anegan, los
árboles desnudos la acogen. Y todo por un niño inerme que alborotó su infancia,
los años púberes. Un niño convertido en hombre. Poeta. Un hombre que la
desestabiliza. Vaya encrucijada la de esta mujer, sola por opción, abandonada
de hijos, abandonada de amores, herida por el texto que la descubre. El hombre nunca puede saber qué debe querer,
dijo Kundera, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus
vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. ¿Es mejor estar
con Pedro o quedarse sola? Disyuntiva
de difícil resolución. Sentada en el sillón tiene los ojos fijos en el techo.
La composición literaria estaba para ella, apenas esbozada. Todo de nuevo, se
decía y permanecía estática como un pájaro solitario que urde palabras en el
cosmos, el polvo y la sal de sus alas exterminan la sangre, la sangre de las
calles del orbe. El nombre de Pedro
camina sobre el oleaje de su cuerpo y cientos de francotiradores han tirado
perdigones en su espíritu. ¡He sido yo! exclama Isabel, de pronto, se levanta
del sillón y camina hacia el escritorio, al teclado, y son rayos los que salen
de sus manos hurtando palabras a su inconciencia. La novela continúa con o sin él. Está decidido. El arma había
querido disparar sobre Pedro. Terminar con su vida para que el relato no
siguiera. El propio Pedro la sostenía entre sus manos, la sustenta en ese deseo
de convertir su amistad en algo más, pero iba aún más allá, quería arrasar con
Isabel la culpable de su protagonismo, la creadora de ese texto estrafalario
que pretendía retratarlo ¡Cómo si lo mereciera! Dijo él, exhausto por la
batalla. Isabel mantuvo la ceremonia ante el monitor, con los ojos fijos en la
pantalla de múltiples píxeles grises y no puede enhebrar las palabras. Una
higuera seca se refleja en el cíclope y la frustración la envuelve. Piensa que
no es una gran escritora y cuestiona lo que su mente elabora. Hay unos libros
encima del escritorio, los coge y empieza a leer algunos fragmentos, al
descuido. Revisa a Kundera, Montero, Donoso, busca auxilio. Un breve cabo de
hilo, algo que haga estallar las palabras, que se confunden y escapan. Ella
tomó una decisión, pero el protagonista sigue eludiendo ser mencionado, no
logró eliminarse, pero corre, corre como un ladrón sorprendido en el acecho de
su presa. Isabel comprende que no puede liberarse del te amo de Pedro. Que la angustia se ha paralizado. Está encarcelada
por un sentimiento que rechaza. No sólo porque cree que el amor entre dos
personas que aman la escritura, es complicado y destructivo sino que la amistad
y sólo la amistad, se desentiende de las cuestiones de propiedad: mientras que
en el amor siempre está presente la problemática de la posesión, la amistad
pareciera sellada por la desposesión. Frente a los amores que se tornan
exclusivos y requieren exclusividad del otro, la amistad hace posibles los
múltiples amores. Rilke indicó la
relación entre el amor y la desidentificación, mostrando cómo los amantes
pierden todo forma de la conservación de sí: a veces el uno se anonada sólo
para que el otro prevalezca, la reflexión sobre este conocimiento
(adquirido en sus lecturas), la hace creer sólidamente que ella y Pedro son
como pájaros solitarios que se unen temporalmente, es decir: Lo que los
aproxima es a la vez, lo que los mantiene alejados: apartados de toda
asimilación apropiadora del otro, de toda determinación de igualdad que nivela
para dominar. Isabel se detiene un instante. Tal vez esto explica mi relación
con Pedro: somos como las naves que en medio del mar del devenir celebran
juntas una fiesta, para después aprontarse a la partida. Y eso es para mí lo
cautivante, lo que colma mi espíritu, completa la paz. Nadie es dueño del otro.
Nos mantenemos libres para crear y reunir esporádicamente nuestras existencias
posados en la longitud, anchura y profundidad del amor por la palabra. Isabel
comprende que debe detenerse para dejar a Pedro encontrar el verdadero refugio,
el puente que lo conduce al real amor. Escribe con la pasión que le caracteriza
y ve a Pedro sentado en su cama del viejo departamento, con el notebook en las
rodillas, el gato plomo lamiendo sus patas,
quizás ronronea a su lado, y él, el poeta, en el clímax de la resurrección
creadora. La misma resurrección que origina la única fuerza que puede
mantenerlos juntos por largo tiempo. El presente ha superado el pasado.